miércoles, 30 de abril de 2014

Mayúscula

Ese viernes de mayo empezó con mayúscula. ¿Y cómo no? Todo aquello importante merece ser escrito con una mayúscula en su comienzo. Y ese viernes en que la conoció no es que empezó con una mayúscula - es que esa mayúscula era la primera letra de todo un nuevo libro.

¿Cómo hacen los escritores? Esos primeros capítulos fluyen tan naturalmente, como si la historia hubiera nacido para contarse. Tantas ideas, pero sobre todo, tantas mayúsculas para tantos personajes, que entran a la trama y se ponen tan cómodos que amenazan con nunca irse. Tantos nombres que hasta hacen que el de ella quede como uno más.


Entonces empiezan las comas, y es que la historia tampoco va a correr en línea recta siempre - ni que fuera un corredor de distancia. Comas que hacen que los caminos se tuerzan, que las promesas se rompan, que las realidades cambien. Comas que juntan a personajes, para que nunca más dejen de mirarse. Esas comas que mucho más adelante iban a dar vida a los "te amo, pero..." de pesadilla y a los hermosos "..., pero te amo." que iban a cerrar capítulos.


Y claro que van a estar los paréntesis. Puede estar cayéndose el cielo o abriéndose los mares, pero no hay trama que se sostenga sin el desarrollo de los personajes. Cada evento, y sobre todo, cada interacción con los otros personajes los hará crecer. Paréntesis que los cambian, letra por letra. Y así el niño que miraba atrás, se logró fijar en lo que estaba a su lado. Y así la niña que temía al mundo, encontró en ella un fuego imperecedero.


Y entre mayúsculas, comas y paréntesis, cambió todo: la fuente, su tamaño, su color. ¿Por qué no cortaron el libro? Nadie nunca lo sabrá, pero lo cierto es que ya era otra trama. Ya sus motivaciones habían dado todo un vuelco: ella quería volar. Él quería volar con ella. Tanto crear suspenso terminó en una resolución hermosa. ¿Acaso los escritores lo sabían al escribir el primer capítulo? Lo dudo. Pero mejor no les pudo salir.


Pero más que obvio, ninguna historia es perfecta. Ni escrita por el mismo Walt Disney. Cada vez interrumpen más las comas, encierran más los paréntesis, y las cursivas dejan palabras en pensamientos, nunca transformándose en diálogo. ¿Quién dice que porque los caminos de los protagonistas se cruzaron, no van a volver a separarse? Es natural, es la vida. Y el arte imita la vida.


Y entonces entra el pecado de todo escritor - el capricho. Si un día decidió que esta historia va hacia este punto, así tiene que ser. Y de esa manera empiezan capítulos cruentos, enredados, casi imposibles de leer. Cuántos signos de interrogación aparecen. ¿Por qué este protagonista traiciona su ser, y lo que le hace tan grande? ¿Por qué esta protagonista toma estas decisiones, pareciendo ser las equivocadas? ¿Por qué tengo que ver la misma historia una y otra vez?


E inevitablemente llega el momento en que el escritor debe aceptar lo que escribir le ha enseñado: la historia no la dicta ni tu agente, ni tu productor, ni tu público. Ni siquiera la dictas tú. La historia la dictan tus personajes: seres inertes nacidos de tu bolígrafo, que poco a poco dejan de hacer lo que les pides y te dicen a ti qué es lo que deben hacer.


Quizás sufra, llore, o se quiebre su ser. Pero el escritor lo hará. Tomará su bolígrafo y obedecerá lo que a gritos claman sus personajes.


Con delicadeza, el escritor se tomará segundos -que parecerán siglos-, para dedicarle aquella última mayúscula que merece y siempre merecerá su protagonista, y la decorará con un punto.


"Fin".


-y entonces, dispondrá de mil hojas en blancas como lienzo, para pintarlas con mayúsculas que ni sabía que existían-

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