Ese viernes de mayo empezó con mayúscula. ¿Y cómo no? Todo aquello importante merece ser escrito con una mayúscula en su comienzo. Y ese viernes en que la conoció no es que empezó con una mayúscula - es que esa mayúscula era la primera letra de todo un nuevo libro.
¿Cómo hacen los escritores? Esos primeros capítulos fluyen tan naturalmente, como si la historia hubiera nacido para contarse. Tantas ideas, pero sobre todo, tantas mayúsculas para tantos personajes, que entran a la trama y se ponen tan cómodos que amenazan con nunca irse. Tantos nombres que hasta hacen que el de ella quede como uno más.
Entonces empiezan las comas, y es que la historia tampoco va a correr en línea recta siempre - ni que fuera un corredor de distancia. Comas que hacen que los caminos se tuerzan, que las promesas se rompan, que las realidades cambien. Comas que juntan a personajes, para que nunca más dejen de mirarse. Esas comas que mucho más adelante iban a dar vida a los "te amo, pero..." de pesadilla y a los hermosos "..., pero te amo." que iban a cerrar capítulos.
Y claro que van a estar los paréntesis. Puede estar cayéndose el cielo o abriéndose los mares, pero no hay trama que se sostenga sin el desarrollo de los personajes. Cada evento, y sobre todo, cada interacción con los otros personajes los hará crecer. Paréntesis que los cambian, letra por letra. Y así el niño que miraba atrás, se logró fijar en lo que estaba a su lado. Y así la niña que temía al mundo, encontró en ella un fuego imperecedero.
Y entre mayúsculas, comas y paréntesis, cambió todo: la fuente, su tamaño, su color. ¿Por qué no cortaron el libro? Nadie nunca lo sabrá, pero lo cierto es que ya era otra trama. Ya sus motivaciones habían dado todo un vuelco: ella quería volar. Él quería volar con ella. Tanto crear suspenso terminó en una resolución hermosa. ¿Acaso los escritores lo sabían al escribir el primer capítulo? Lo dudo. Pero mejor no les pudo salir.
Pero más que obvio, ninguna historia es perfecta. Ni escrita por el mismo Walt Disney. Cada vez interrumpen más las comas, encierran más los paréntesis, y las cursivas dejan palabras en pensamientos, nunca transformándose en diálogo. ¿Quién dice que porque los caminos de los protagonistas se cruzaron, no van a volver a separarse? Es natural, es la vida. Y el arte imita la vida.
Y entonces entra el pecado de todo escritor - el capricho. Si un día decidió que esta historia va hacia este punto, así tiene que ser. Y de esa manera empiezan capítulos cruentos, enredados, casi imposibles de leer. Cuántos signos de interrogación aparecen. ¿Por qué este protagonista traiciona su ser, y lo que le hace tan grande? ¿Por qué esta protagonista toma estas decisiones, pareciendo ser las equivocadas? ¿Por qué tengo que ver la misma historia una y otra vez?
E inevitablemente llega el momento en que el escritor debe aceptar lo que escribir le ha enseñado: la historia no la dicta ni tu agente, ni tu productor, ni tu público. Ni siquiera la dictas tú. La historia la dictan tus personajes: seres inertes nacidos de tu bolígrafo, que poco a poco dejan de hacer lo que les pides y te dicen a ti qué es lo que deben hacer.
Quizás sufra, llore, o se quiebre su ser. Pero el escritor lo hará. Tomará su bolígrafo y obedecerá lo que a gritos claman sus personajes.
Con delicadeza, el escritor se tomará segundos -que parecerán siglos-, para dedicarle aquella última mayúscula que merece y siempre merecerá su protagonista, y la decorará con un punto.
"Fin".
-y entonces, dispondrá de mil hojas en blancas como lienzo, para pintarlas con mayúsculas que ni sabía que existían-
Sobre perder y encontrar
La vida es muy corta como para pasar un segundo sin vivirla.
miércoles, 30 de abril de 2014
jueves, 3 de abril de 2014
Hipercresía
En medicina aprendes rápidamente a anteceder palabras con los prefijos hiper- o hipo- para denotar si un elemento se encuentra alto o bajo, respectivamente. La palabra hipocresía poco tiene que ver con ello, ya que viene del griego hypokrisis, que define lo que es el término: actuación, cobarde, celoso. Conocemos como hipócrita a aquella persona que no es congruente consigo mismo, cuyas palabras y hechos se contradicen entre sí.
Tiempo atrás, solía sentir rabia hacia aquellas personas que lo eran. Estaba muy pendiente de cómo actuaban frente a mí y cómo lo hacían cuando no, intentando apartarlas lo más posible solo por este hecho (que no es poco). Se puede decir que estaba hasta obsesionado con ello, sospechando de todo el mundo. El punto es que simplemente no lo toleraba.
Lo que era irónico, habiendo sido yo también una persona hipócrita. Jamás fui doble cara, comportándome de diferentes maneras frente a una persona y a sus espaldas. Pero no era congruente - era varias personas en una. Uno era el que compartía con su familia, otro era el que salía con sus amigos, y otro más era el que estaba con la persona que quería. No era a propósito, simplemente las situaciones suscitaban diferentes respuestas.
Hasta que ya no fue así. Sería erróneo apuntar a un evento específico, ya que fueron varios los que trajeron ese cambio, pero hace casi dos años dejé de serlo. Tiempo después, y sin darme cuenta, me percaté de que no importaba con quién estuviera, siempre era la misma persona. No necesitaba esconder mis excentricidades ni inventarme otra personalidad - ya era feliz en todo momento.
Por eso desapareció la rabia hacia las personas hipócritas, porque el sentimiento ahora es de lástima. Y es que debe ser triste, ¿no? No poder ser quien eres, evitar hablar de lo que deseas, tener que construir una fachada para que la gente no vea lo que piensas y sientes. Porque a la final, lo que hacen es limitarse, y eso les impide cualquier crecimiento.
Y es pan de cada día. Aquel que frente a su novia y frente a sus amigos es dos personas totalmente diferentes. Aquella que siente un inmenso cariño hacia alguien, pero frente a los demás pretende apenas conocerlo. Aquel que junto a desconocidos se inventa mil historias y cualidades a las que ni se acerca. Aquella que destruye a la otra, pero va y la aprovecha cada vez que la necesita. Es triste.
Por ello, me tomo la libertad de inventar la palabra hipercresía, que es por lo que debe pugnar uno. Esa coherencia con uno mismo, la armonía entre pensamiento, palabra y acción. Esa libertad de ser sencillamente quien uno es, no tiene precio. Es más fácil y mejor vivir así.
Sé hipércrita.
Tiempo atrás, solía sentir rabia hacia aquellas personas que lo eran. Estaba muy pendiente de cómo actuaban frente a mí y cómo lo hacían cuando no, intentando apartarlas lo más posible solo por este hecho (que no es poco). Se puede decir que estaba hasta obsesionado con ello, sospechando de todo el mundo. El punto es que simplemente no lo toleraba.
Lo que era irónico, habiendo sido yo también una persona hipócrita. Jamás fui doble cara, comportándome de diferentes maneras frente a una persona y a sus espaldas. Pero no era congruente - era varias personas en una. Uno era el que compartía con su familia, otro era el que salía con sus amigos, y otro más era el que estaba con la persona que quería. No era a propósito, simplemente las situaciones suscitaban diferentes respuestas.
Hasta que ya no fue así. Sería erróneo apuntar a un evento específico, ya que fueron varios los que trajeron ese cambio, pero hace casi dos años dejé de serlo. Tiempo después, y sin darme cuenta, me percaté de que no importaba con quién estuviera, siempre era la misma persona. No necesitaba esconder mis excentricidades ni inventarme otra personalidad - ya era feliz en todo momento.
Por eso desapareció la rabia hacia las personas hipócritas, porque el sentimiento ahora es de lástima. Y es que debe ser triste, ¿no? No poder ser quien eres, evitar hablar de lo que deseas, tener que construir una fachada para que la gente no vea lo que piensas y sientes. Porque a la final, lo que hacen es limitarse, y eso les impide cualquier crecimiento.
Y es pan de cada día. Aquel que frente a su novia y frente a sus amigos es dos personas totalmente diferentes. Aquella que siente un inmenso cariño hacia alguien, pero frente a los demás pretende apenas conocerlo. Aquel que junto a desconocidos se inventa mil historias y cualidades a las que ni se acerca. Aquella que destruye a la otra, pero va y la aprovecha cada vez que la necesita. Es triste.
Por ello, me tomo la libertad de inventar la palabra hipercresía, que es por lo que debe pugnar uno. Esa coherencia con uno mismo, la armonía entre pensamiento, palabra y acción. Esa libertad de ser sencillamente quien uno es, no tiene precio. Es más fácil y mejor vivir así.
Sé hipércrita.
viernes, 14 de febrero de 2014
Te regalo
¿Qué te puedo dar hoy? ¿Qué te puedo regalar que no haya hecho ya, y que haga justicia a mis sentimientos?
Te puedo dar rosas. Pero, ¿para qué? Ya 29 te he dado en esta corta vida mía, y corta se queda la cantidad. No, mejor no. Le dejo las rosas a aquellos cuyos sentimientos tienen límite, quienes algún día van a haber dado suficientes. Que sigan comprándolas hasta que lleguen a su número, porque para mí no existe.
¿Y por qué no te doy un---? No, ni puedo terminar la pregunta. Peluches, joyas. Es todo lo mismo. ¿De qué vale regalarte algo material? Lo vas a agradecer y te va a gustar, pero no es para lo que vives. Lo último que eres es superficial, y nunca algo definido por el dinero va a tener tanto valor como un gesto. Que se los queden también ellos, esos que necesitan un objeto para expresarse.
O mejor, una montaña de chocolates. O una infinidad de galletas crocantes. O donas rellenas de todos los sabores. O muffins esperándote, reposando sobre tu alfombra. O tortas más dulces imposible. Mierda. Para considerarme una persona creativa, que falto de ideas estoy. ¿Cómo es posible que no se me ocurra algo que no sea repetirme? Quizás te pueda hacer probar finalmente el sushi. Quizás, porque seguramente ya lo hiciste.
¿Mi sonrisa? Muy tarde. Ya una vez te cité una canción: voy a regalarte mi mejor sonrisa, por si un día lloras tengas mi alegría, y te sientas siempre protegida niña. Y qué poco va a poder hacer esta insulsa sonrisa, comparada con esa, esa de 384 palabras -y más que faltaron-. Que ni se te ocurra sonreírme de vuelta, porque mi regalo quedaría en nada.
Tampoco puedo darte mi tiempo. Por enésima vez, no puedo volver a hacer el mismo obsequio. Aquel 28 de diciembre te dije: te regalo estos 365 días que están por empezar. Y qué vacío sería regalar algo en lo que te cuelas a cada rato, absorbiendo y llevándote para ti mis segundos, minutos, horas y días. Si ya te los robas, de nada vale darte permiso.
¿Qué te regalo? ¿Qué no he hecho ya? ¿Qué voy a sentir como suficiente y digno de ti?
Bueno, hay algo.
Algo más preciado para mí que cualquier otra cosa. Algo que llevo siempre conmigo, como arma y escudo. Algo que pongo en todo lo que hago en la vida. Algo que me permite crecer cada día. Que me define.
Ten. Te regalo mis palabras.
Feliz día.
Te puedo dar rosas. Pero, ¿para qué? Ya 29 te he dado en esta corta vida mía, y corta se queda la cantidad. No, mejor no. Le dejo las rosas a aquellos cuyos sentimientos tienen límite, quienes algún día van a haber dado suficientes. Que sigan comprándolas hasta que lleguen a su número, porque para mí no existe.
¿Y por qué no te doy un---? No, ni puedo terminar la pregunta. Peluches, joyas. Es todo lo mismo. ¿De qué vale regalarte algo material? Lo vas a agradecer y te va a gustar, pero no es para lo que vives. Lo último que eres es superficial, y nunca algo definido por el dinero va a tener tanto valor como un gesto. Que se los queden también ellos, esos que necesitan un objeto para expresarse.
O mejor, una montaña de chocolates. O una infinidad de galletas crocantes. O donas rellenas de todos los sabores. O muffins esperándote, reposando sobre tu alfombra. O tortas más dulces imposible. Mierda. Para considerarme una persona creativa, que falto de ideas estoy. ¿Cómo es posible que no se me ocurra algo que no sea repetirme? Quizás te pueda hacer probar finalmente el sushi. Quizás, porque seguramente ya lo hiciste.
¿Mi sonrisa? Muy tarde. Ya una vez te cité una canción: voy a regalarte mi mejor sonrisa, por si un día lloras tengas mi alegría, y te sientas siempre protegida niña. Y qué poco va a poder hacer esta insulsa sonrisa, comparada con esa, esa de 384 palabras -y más que faltaron-. Que ni se te ocurra sonreírme de vuelta, porque mi regalo quedaría en nada.
Tampoco puedo darte mi tiempo. Por enésima vez, no puedo volver a hacer el mismo obsequio. Aquel 28 de diciembre te dije: te regalo estos 365 días que están por empezar. Y qué vacío sería regalar algo en lo que te cuelas a cada rato, absorbiendo y llevándote para ti mis segundos, minutos, horas y días. Si ya te los robas, de nada vale darte permiso.
¿Qué te regalo? ¿Qué no he hecho ya? ¿Qué voy a sentir como suficiente y digno de ti?
Bueno, hay algo.
Algo más preciado para mí que cualquier otra cosa. Algo que llevo siempre conmigo, como arma y escudo. Algo que pongo en todo lo que hago en la vida. Algo que me permite crecer cada día. Que me define.
Ten. Te regalo mis palabras.
Feliz día.
domingo, 5 de enero de 2014
384
No temas, no voy a revelar todos tus secretos. Morirán conmigo y los enterrarán junto a mí. Tampoco es que sean muchos, hay suficiente espacio en la urna para ambos. Y es que de todas maneras, ¿qué ganaría haciéndolo? Si ya tu sonrisa te delata.
Esa sonrisa llena de alegría. Que por cada segundo que se hace presente, enumera una a una las cosas buenas de tu vida. Que ni un aviso fluorescente en mayúsculas recalcaría tan bien lo agradecida que estás. Que es una ventana a todas esas cosas tan simples que la gente da por hechas, pero que para ti lo son todo.
Esa sonrisa, bañada en esperanza. Que al separar tus labios deja ver como una película cada uno de tus sueños. Que hace evidente que no son anhelos o ilusiones, sino tu futuro. Que no deja espacio para duda alguna, porque sabes bien que vas a conseguirlo todo.
Esa sonrisa tan fuerte. Que puede aguantar el más temible y devastador huracán. Que año tras año no cambia, no se quiebra, no se tuerce, que sigue inclinándose muy levemente a la derecha. Que ha soportado el peso del mundo y aún así va y se ofrece a llevar más carga sobre sus hombros.
Esa sonrisa que no puede mentir, que habla de tu tristeza. Que ni bajo el sol más resplandeciente borra ese resquicio de aquello que extrañas. Que lamenta profundamente lo injusta que es la vida, poniendo distancias donde no se merecen. Que recrimina los lances del destino, castigando a quien solo bien ha obrado.
Esa sonrisa, que el miedo poco deja escapar. Que está enmarcada por temores que nunca han querido dejar de perseguirte. Que narra esas marcas de tu niñez aún presentes, escondidas cual cicatriz. Que no te deja liberarte y mostrar todo lo que eres, pues amenaza con un día quitártelo.
Esa sonrisa tan brillante, que cuando por fin se deja ver ilumina el cuarto y opaca todo a su alrededor. Esa sonrisa tan caliente, que es capaz de encender el alma y hacerla arder. Esa sonrisa tan pura, que como agua de manantial borra todo lo malo y solo deja vivo lo bueno.
Esa sonrisa tan humana y tan divina, tan plagada de todas tus virtudes y defectos. Tan perfecta, tan imperfecta.
Esa sonrisa tan tuya.
¿Ves? 384 palabras hablando solo de tu sonrisa. Por favor, no me pidas hablar de tu corazón, que necesito mis manos.
Esa sonrisa llena de alegría. Que por cada segundo que se hace presente, enumera una a una las cosas buenas de tu vida. Que ni un aviso fluorescente en mayúsculas recalcaría tan bien lo agradecida que estás. Que es una ventana a todas esas cosas tan simples que la gente da por hechas, pero que para ti lo son todo.
Esa sonrisa, bañada en esperanza. Que al separar tus labios deja ver como una película cada uno de tus sueños. Que hace evidente que no son anhelos o ilusiones, sino tu futuro. Que no deja espacio para duda alguna, porque sabes bien que vas a conseguirlo todo.
Esa sonrisa tan fuerte. Que puede aguantar el más temible y devastador huracán. Que año tras año no cambia, no se quiebra, no se tuerce, que sigue inclinándose muy levemente a la derecha. Que ha soportado el peso del mundo y aún así va y se ofrece a llevar más carga sobre sus hombros.
Esa sonrisa que no puede mentir, que habla de tu tristeza. Que ni bajo el sol más resplandeciente borra ese resquicio de aquello que extrañas. Que lamenta profundamente lo injusta que es la vida, poniendo distancias donde no se merecen. Que recrimina los lances del destino, castigando a quien solo bien ha obrado.
Esa sonrisa, que el miedo poco deja escapar. Que está enmarcada por temores que nunca han querido dejar de perseguirte. Que narra esas marcas de tu niñez aún presentes, escondidas cual cicatriz. Que no te deja liberarte y mostrar todo lo que eres, pues amenaza con un día quitártelo.
Esa sonrisa tan brillante, que cuando por fin se deja ver ilumina el cuarto y opaca todo a su alrededor. Esa sonrisa tan caliente, que es capaz de encender el alma y hacerla arder. Esa sonrisa tan pura, que como agua de manantial borra todo lo malo y solo deja vivo lo bueno.
Esa sonrisa tan humana y tan divina, tan plagada de todas tus virtudes y defectos. Tan perfecta, tan imperfecta.
Esa sonrisa tan tuya.
¿Ves? 384 palabras hablando solo de tu sonrisa. Por favor, no me pidas hablar de tu corazón, que necesito mis manos.
martes, 31 de diciembre de 2013
Reset
"Año nuevo, vida nueva", cantan sin parar el 31 de diciembre. "Me quedo con el 2013, este 2014 está siendo peor", gritan coléricos el 31 de enero. "2015, tráeme muchas cosas buenas", piden esperanzados el próximo 31 de diciembre. Y así se les van los años, repitiendo la misma historia una y otra vez.
La mayoría de las personas encierran en un círculo rojo la esquina del calendario que te obliga a comprar el siguiente, con la firme promesa de cambiar su vida. Todas esas cosas malas las van a dejar atrás. El año vuelve a empezar, y así hará uno, empezando desde cero. Qué oportunidad más perfecta para darle al botón de reset y volver a empezar el juego?
Y nunca es así. Tras tremendo inicio, afirmando que este va a ser, por fin, tu año, te das cuenta que todo el equipaje que tenías el año anterior te persigue a éste. Que no solo tienes que lidiar con esos antiguos problemas, sino con muchos otros que aparecen de la nada. Parece mentira, pero sí, este año nuevo es igual o más complicado que el anterior.
Y es qué, sinceramente, qué pretenden?
La gente piensa que un "año", sea lo que sea o quien sea eso, va a cambiar su vida y concederle sus deseos. Pasan todo el 31 decidiendo los 12 deseos que van a acompañar sus uvas, y le ponen más énfasis a ello que a decidir sus resoluciones de año nuevo. Creen que éste va a traerles dinero, les aparecerá una novia, los aliviará de sus enfermedades y les quitará esos kilos demás. No, el "año nuevo" no es un genio que te concede 12 deseos.
Pero sí, es la oportunidad perfecta para empezar de nuevo. Uno puede volver a empezar cuando quiera, cualquiera de los 365 días del año, pero ninguno tiene la misma belleza poética que el 1 de enero. Sin problema, puedes presionar el botón reset. Pero no en el año, o en tu entorno. El botón tienes que presionarlo en ti mismo.
Y no es un comienzo limpio. Tus problemas no se van a ir, ni mucho menos. Pero sin dificultad alguna puedes borrar tu actitud anterior hacia ellos y reemplazarla por una nueva, más sana, más decidida. Esos deseos y metas no van a caer del cielo - es el momento perfecto para que te motives y enfrasques tu mente en cumplirlas, con trabajo duro.
Sí es posible decir "año nuevo, vida nueva". Pero más que decirlo, tienes que hacerlo. Está en tu poder buscar en ti mismo, a la medianoche, el botón de reset. Presionarlo y volver a empezar, pero no desde cero. Empezar sabiendo bien qué quieres, y más que eso, cómo vas a conseguirlo. Tienes 12 meses para conseguirlo.
Feliz año nuevo.
La mayoría de las personas encierran en un círculo rojo la esquina del calendario que te obliga a comprar el siguiente, con la firme promesa de cambiar su vida. Todas esas cosas malas las van a dejar atrás. El año vuelve a empezar, y así hará uno, empezando desde cero. Qué oportunidad más perfecta para darle al botón de reset y volver a empezar el juego?
Y nunca es así. Tras tremendo inicio, afirmando que este va a ser, por fin, tu año, te das cuenta que todo el equipaje que tenías el año anterior te persigue a éste. Que no solo tienes que lidiar con esos antiguos problemas, sino con muchos otros que aparecen de la nada. Parece mentira, pero sí, este año nuevo es igual o más complicado que el anterior.
Y es qué, sinceramente, qué pretenden?
La gente piensa que un "año", sea lo que sea o quien sea eso, va a cambiar su vida y concederle sus deseos. Pasan todo el 31 decidiendo los 12 deseos que van a acompañar sus uvas, y le ponen más énfasis a ello que a decidir sus resoluciones de año nuevo. Creen que éste va a traerles dinero, les aparecerá una novia, los aliviará de sus enfermedades y les quitará esos kilos demás. No, el "año nuevo" no es un genio que te concede 12 deseos.
Pero sí, es la oportunidad perfecta para empezar de nuevo. Uno puede volver a empezar cuando quiera, cualquiera de los 365 días del año, pero ninguno tiene la misma belleza poética que el 1 de enero. Sin problema, puedes presionar el botón reset. Pero no en el año, o en tu entorno. El botón tienes que presionarlo en ti mismo.
Y no es un comienzo limpio. Tus problemas no se van a ir, ni mucho menos. Pero sin dificultad alguna puedes borrar tu actitud anterior hacia ellos y reemplazarla por una nueva, más sana, más decidida. Esos deseos y metas no van a caer del cielo - es el momento perfecto para que te motives y enfrasques tu mente en cumplirlas, con trabajo duro.
Sí es posible decir "año nuevo, vida nueva". Pero más que decirlo, tienes que hacerlo. Está en tu poder buscar en ti mismo, a la medianoche, el botón de reset. Presionarlo y volver a empezar, pero no desde cero. Empezar sabiendo bien qué quieres, y más que eso, cómo vas a conseguirlo. Tienes 12 meses para conseguirlo.
Feliz año nuevo.
sábado, 28 de diciembre de 2013
El explorador del desierto
Había una vez un hombre que lo tenía todo, pero no sabía lo que era el amor. Así que decidió embarcarse en un viaje por el desierto, dejando la comodidad, para intentar descubrirlo.
Mucho vio, consiguió y aprendió, hasta que un día se encontró a una campesina. Poco tardó el explorador en caer perdidamente enamorado de ella. Tuvo que luchar mucho, e incluso debió perder y dejar atrás todo lo que un día tuvo, pero finalmente logró ganar la larga batalla y estar al lado de la mujer que quería. Creía haber logrado su cometido, haber descubierto lo que era el amor.
El explorador, ya sin nada en su vida más que la campesina, vivió por y para ella. Fue inconmesurablemente feliz y se dedicó a hacerla sentir igual. Pero no fue así. La campesina no había dejado atrás su vida, su familia, su hogar en el desierto. Y por mucho que quiso al explorador, nunca pudo vivir por y para él. Él lo interpretó como falta de cariño y se lo recriminó. Ella luchó por sentirse igual, pero era infructuoso. Finalmente, no pudo ser. La campesina decidió seguir con su vida y el explorador volvió a lanzarse al desierto.
Mucho tiempo volvió a pasar el explorador entre las dunas, ya sin la misma energía que antes. Buscó algunas de las cosas que había dejado, pero ya no estaban ahí. No era la misma persona. Era mucho más frío, más seco, menos benévolo. Hizo cosas que nunca habría creído posible de sí mismo. Traicionó, robó, asesinó. Su nueva travesía por el desierto fue muy larga y llena de malicia.
Un día el explorador se sintió muy vacío, y se dejó caer junto a una palmera. A la distancia vio una figura, que mientras se acercaba más y más alcanzó a reconocer como uno de los jinetes más reconocidos de la región. El explorador siempre le había hecho burla por su forma de ser. Pero esta vez, vencido, decidió prestarle atención y escucharlo. El jinete no había llegado a ser caballero por casualidad. Había trabajado desde el punto más bajo de su vida hasta ser coronado. Donde menos lo pensó, el explorador consiguió inspiración.
El explorador siguió el ejemplo del jinete y empezó a reformarse desde cero. A trabajar a diario entre las arenas, a sudar, a quebrar cada fibra de su cuerpo. A recuperar todas las cosas que perdió antes de su viaje. A perseguir aquellas metas que se había trazado años antes. No fue fácil, pero tras un arduo esfuerzo el explorador lo logró.
Ya no vivía en una carpa, sino en un magnífico castillo. Ya no buscaba agua de oasis en oasis, ahora tenía fuentes de todos los tipos. Ya no estaba solo, lo rodeaba su numerosa familia y grandes amigos, a quienes ahora tenía la fuerza para proteger. Ya no era un mero explorador sin rumbo, ahora era grande. Nunca tanto como el jinete de su inspiración, pero lo era.
Un día, viajando muy tranquilamente por un pequeño pueblo, el explorador se consiguió a la campesina. No la ignoró, pues ella no se merecía tal trato. Compartieron unas pocas palabras amables y luego siguió cada uno por su camino.
De regreso a su castillo, el explorador se dio cuenta de que si no hubiera sido por ella, nunca habría tenido la motivación para triunfar; nunca se habría fijado en el reconocido jinete. Conforme entraba a su hogar, miraba todo a su alrededor, y se daba cuenta de que se lo debía a la campesina. Sin ella, no tendría nada de eso. El explorador sonrió agradecido.
Una vez que se sentó en su trono, el explorador se fijó en una silla vacía a su lado, y algo vio. A pesar de todo lo que tenía ahora, de haber llegado más lejos que nunca, de haber conquistado mil y una riquezas. A pesar de no ser la misma persona, ni de cerca. A pesar de todo, quería que la persona sentada a su lado aún fuera la campesina.
Ese día, el explorador descubrió lo que era el amor.
lunes, 16 de diciembre de 2013
Cadenas
"Hombre encadena a recién nacido". Suena horrible, ¿no? Nefasto. ¿Y si te digo que sucede a diario? ¿Que, muy probablemente, a ti también te lo hicieron?
Desde el momento en que uno nace empiezan a encadenarlo. Un bebé llora, expresando una necesidad, y le ponen un chupón para que cese su llanto. La primera, pero no la única cadena que le ponen a uno a lo largo de su vida. Y no lo hacen con vil intención, pues un padre nunca querría hacer daño a su hijo. Simplemente intentan, desde lo más temprano posible, evitar que vaya a fallar.
¿Cuántos sueños tienes hoy? ¿Uno? ¿Cinco? ¿Diez? Trata de recordar, dentro de lo que se puede, cuántos sueños tuviste cuando niño. Dirás que cientos, y capaz te quedes corto. Querías volar, recorrer el mundo, ser futbolista, hablar diez idiomas, casarte con la persona perfecta para ti, hacer música, ser presidente. Me falta.
Sueños que murieron, pues solo vuelan los pájaros. Recorrer el mundo es perder el dinero. Para ser futbolista debiste nacer para ello. Hablar diez idiomas es para locos. No existen personas perfectas para ti. La música no es lo tuyo, no tienes la voz. Presidentes solo hay pocos. Y es qué, ¿cómo va a permitir eso un padre, un tío, un amigo, un compañero? ¿Cómo va a permitir que dediques tu vida a un sueño y que falles? Quedarías destruido, vencido.
Hoy en día solo vuelas en aviones. Viajas a veces, a los mismos países. Hablas dos, tres idiomas. Estás junto a una persona que no amas plenamente. Ves el fútbol, oyes la música, votas por el presidente. ¿Que diferente, no? Parecen realidades alternas, lo que todos quieren cuando niños y lo que son de grandes. Todo el mundo, desde tus familiares hasta la sociedad te va a imponer cadenas, a veces por protección, a veces por maldad, pero te van a recalcar y repetir una y otra vez que la palabra "imposible" existe.
Uno aprende en la vida, y cuando se da cuenta de la importancia de sus sueños, puede rectificar y buscarlo, porque en esta vida nunca es demasiado tarde. Pero mientras más pasa el tiempo más te das cuenta de cadenas que te robaron sueños.
Yo tengo un sueño. Desde pequeño lo he tenido, cuando lo podía imaginar claramente. Siempre pensé que era imposible, por lo que me dediqué a cumplir otros. Y mal no me ha ido - soy muy feliz. Hace unas semanas seguía pensando en que era imposible.
Y entonces está ella. Que tiene el mismo sueño, y que lo persigue con tal facilidad. Que hace parecer sus cadenas de viento, porque nadie las puede ver. Que no muestra ni ápice de miedo. Que tiene esa sonrisa perenne. Ella, que me hace cuestionar todo. Maldita sea.
Desde el momento en que uno nace empiezan a encadenarlo. Un bebé llora, expresando una necesidad, y le ponen un chupón para que cese su llanto. La primera, pero no la única cadena que le ponen a uno a lo largo de su vida. Y no lo hacen con vil intención, pues un padre nunca querría hacer daño a su hijo. Simplemente intentan, desde lo más temprano posible, evitar que vaya a fallar.
¿Cuántos sueños tienes hoy? ¿Uno? ¿Cinco? ¿Diez? Trata de recordar, dentro de lo que se puede, cuántos sueños tuviste cuando niño. Dirás que cientos, y capaz te quedes corto. Querías volar, recorrer el mundo, ser futbolista, hablar diez idiomas, casarte con la persona perfecta para ti, hacer música, ser presidente. Me falta.
Sueños que murieron, pues solo vuelan los pájaros. Recorrer el mundo es perder el dinero. Para ser futbolista debiste nacer para ello. Hablar diez idiomas es para locos. No existen personas perfectas para ti. La música no es lo tuyo, no tienes la voz. Presidentes solo hay pocos. Y es qué, ¿cómo va a permitir eso un padre, un tío, un amigo, un compañero? ¿Cómo va a permitir que dediques tu vida a un sueño y que falles? Quedarías destruido, vencido.
Hoy en día solo vuelas en aviones. Viajas a veces, a los mismos países. Hablas dos, tres idiomas. Estás junto a una persona que no amas plenamente. Ves el fútbol, oyes la música, votas por el presidente. ¿Que diferente, no? Parecen realidades alternas, lo que todos quieren cuando niños y lo que son de grandes. Todo el mundo, desde tus familiares hasta la sociedad te va a imponer cadenas, a veces por protección, a veces por maldad, pero te van a recalcar y repetir una y otra vez que la palabra "imposible" existe.
Uno aprende en la vida, y cuando se da cuenta de la importancia de sus sueños, puede rectificar y buscarlo, porque en esta vida nunca es demasiado tarde. Pero mientras más pasa el tiempo más te das cuenta de cadenas que te robaron sueños.
Yo tengo un sueño. Desde pequeño lo he tenido, cuando lo podía imaginar claramente. Siempre pensé que era imposible, por lo que me dediqué a cumplir otros. Y mal no me ha ido - soy muy feliz. Hace unas semanas seguía pensando en que era imposible.
Y entonces está ella. Que tiene el mismo sueño, y que lo persigue con tal facilidad. Que hace parecer sus cadenas de viento, porque nadie las puede ver. Que no muestra ni ápice de miedo. Que tiene esa sonrisa perenne. Ella, que me hace cuestionar todo. Maldita sea.
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